miércoles, 15 de febrero de 2023

¡En marcha!


Pepe sufre parálisis cerebral desde que sus ojos vieron la luz, una tarde llena de sombras, augurio de una vida dura. Un día de trabajo, hace mucho, mucho tiempo, apareció veloz, en su vehículo motorizado, dando por supuesto que aquellos que hallara a su paso, se abrirían como el mar rojo ante la presencia de Moisés. Así conocí a Pepe. Desde el principio supe que con aquel muchacho haría buenas migas.

Pepe tiene una sonrisa torcida pero amable y sincera, las manos encogidas pero siempre dispuestas a estrechar las tuyas; ¡desconfía de sus piernas muertas!, ya que víctimas de gestos involuntarios, te pueden sacudir una patada, sin querer claro. Padre entregado y compañero incansable. Da más de lo que tiene sin esperar nada a cambio. Optimista redomado y luchador a grito mudo pero potente. Pepe es, sobre todo, mi amigo.

Como cualquier mañana, una vez alcanzada la cima de las laboriosas actividades que le permiten salir de casa: aseo, desayuno y preparación de la cartera roja, que  cuelga en la parte trasera de su silla de ruedas donde, su esposa acomoda todo lo necesario para superar un día de trabajo en la oficina, Pepe se dispone nervioso a iniciar su aventura. Se dirige hacia la parada de autobús. En el camino, que podría hacer con los ojos cerrados ya que lo ha recorrido mil veces, dará su rodeo habitual, necesario para evitar esa acera en mal estado por cuyas grietas asoman las raíces de un árbol centenario y algún que otro socavón, que le invita furtivo a dar con sus confiados huesos en el suelo.

Mientras espera la llegada del transporte, otra preocupación le ronda por los adentros, la de si podrá subir al bus o tendrá que esperar al siguiente o sucesivos hasta encontrar uno, cuya la plataforma elevadora funcione y consiga subir al mismo sin armar mucho revuelo o por lo menos culmine su odisea con esa sonrisa niña plantada en su cara pícara, prueba de que el reto está superado.

Cualquiera podría pensar que, algo tan simple como llegar a tiempo al lugar de trabajo es cuestión de suerte pero Pepe, unas veces entre dientes y otra a grito limpio, reivindica su derecho a transformar el mundo de los demás en el suyo propio.

Ayer mismo me confesaba que, abusando de la predisposición a asumir riesgos de un par de viajeros, y cual vuelta al ruedo en hombros tras una faena inestimable, es alzado y conducido al palco de honor, junto al conductor, donde, con sus ojos pequeños, casi en fuga, escruta el recorrido del rodado e incluso se permite emitir algún ruido de su boca muda que alerte a éste, de algún peligro o por el contrario, de alguna visión agradable pero fugaz.

 Este Pepe, siempre tan positivo, aunque sé que le saca de quicio ciertas cualidades de sus congéneres, sobre todo aquellos que, furtivamente le repasan cada centímetro de su cuerpecito entumecido, tal vez con la sana intención de colarse por algún agujero y rebuscar en sus entrañas, o más bien alimentar su curiosidad insaciable que acaba en una especie de pena obligada. Pero mi querido “hermano” prefiere rodearse de otro tipo de gente, esa que lo trata como uno más, que no le pide cuentas, que igual le ofrece un abrazo que un empujón a tiempo, esos son los imprescindibles.

Un viaje corto pero intenso y una entrada triunfal cuando sube la rampa de las instalaciones en las que hace su trabajo, cual comandante de su F-22 Raptor y avisando de su llegada sin incidencias reseñables. Ese es Pepe, mi amigo.

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